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Febrero 2012
Edición No. 276
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Mis sexenios (47)

José Guadalupe Robledo Guerrero.

El inicio del sexenio montemayorista
Cuando quedó claro que Rogelio Montemayor quería privatizar el Hospital Universitario de Saltillo, y que la actitud soberbia y abusiva del rector Alejandro Dávila Flores, obedecía al apoyo que tenía del gobernador, decidimos llevar el problema del Hospital Universitario de Saltillo a la ciudad de México, porque en Coahuila no prosperarían las demandas de las trabajadoras.

En ese entonces yo estaba bien relacionado en la ciudad de México, y Jaime Martínez Veloz era diputado por un distrito de Tijuana y ya se había incorporado a la lucha de las trabajadoras universitarias a invitación de ellas. Martínez Veloz estaba muy bien relacionado con la cúpula política del PRI y la izquierda. Su amistad con el Presidente Ernesto Zedillo fue muy buena en los primeros meses del sexenio zedillista, luego se distanciaron por los acuerdos de San Andrés Larráizar que no quiso cumplir Zedillo.

Con ayuda de mis amigos conseguí una audiencia con el Secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma Barragán, a quien le di a conocer el problema del HUS y las demandas de las trabajadoras; también lo puse al tanto de las inquietudes privatizadoras de Montemayor, de lo que significaba el HUS para la comunidad, y del abusivo comportamiento del rector, quien de acuerdo con el gobernador quería encarcelar a las trabajadoras, porque no se sometieron a sus deseos.

Alejandro Dávila Flores insistía en proteger al director del HUS, Miguel Ángel Talamás Dieck, quien había generado el conflicto con su actitud prepotente y mercantilista. Había quien aseguraba que el Rector protegía a Talamás porque tenía un rol importante en la privatización, pero otros afirmaban que la protección del rector al director del HUS se debía a que Talamás Dieck había auxiliado a Alejandro Dávila, cuando éste había baleado a su esposa meses atrás.

El secretario de Gobernación escuchó con atención la información que le proporcioné, y al final me pidió que organizara una comisión de trabajadoras y que las recibiría tres días después para que le comentaran de propia voz sus problemas y demandas. “No se preocupe, me dijo, este asunto lo resolveremos con justicia. Yo personalmente daré instrucciones para que se resuelva en favor de las trabajadoras, sólo confíe en que así se hará”.

Antes de despedirme y abandonar el despacho de Moctezuma Barragán, le agradecí que me hubiera concedido 58 minutos de su valioso tiempo para explicarle el problema de las trabajadoras universitarias. Sorprendido me preguntó por qué le daba tanto énfasis al tiempo que habíamos platicado, “finalmente esa es mi obligación, es mi trabajo”, señaló.

En respuesta le dije lo importante que era hablar con el Secretario de Gobernación cuando en mi Estado nos habían cerrado las puertas de las instituciones. Además le pregunté, ¿Cuántos de los casi 100 millones de mexicanos pueden hablar una hora con el segundo funcionario del gobierno federal?

Sonrío, y cordialmente me extendió la mano para despedirse mientras decía: “Ahora entiendo, gracias”, y me envió con uno de sus asistentes para que agendara la audiencia con la comisión de trabajadoras del HUS.

Días después, una comisión de cinco trabajadoras ponían al tanto de sus problemas y demandas al Secretario de Gobernación, quien luego de escucharlas les dijo que pronto enviaría a Saltillo a uno de sus colaboradores, para que le dijera al Rector lo que había de hacerse, y a ellas lo que debían de hacer para solucionar el conflicto.

Lo cierto es que el Secretario de Gobernación no les puso ninguna condición, ni les pidió que cesaran el bloqueo a las oficinas administrativas del HUS, como se los exigía Rogelio Montemayor a través de Olaf Cantú.

Las trabajadoras, temerosas de las consecuencias, le comentaron que a 28 de sus compañeras, el Rector -con la anuencia del gobernador- las habían acusado penalmente ante la Procuraduría estatal por despojo y daños, y tenían miedo de que las encarcelaran.

Moctezuma Barragán les dijo que no se preocuparan, que se esperaran, que él ya sabía cómo estaba la situación y que pronto les haría justicia. Al momento de despedirse, las felicitó por su valor civil y por su lucha en defensa de una institución que sirve a las dolencias populares.

Por alguna razón que nunca supe, Esteban Moctezuma Barragán mostró desde un principio simpatía con el movimiento de las trabajadoras universitarias. Lo cierto es que tenían razón, la actitud de Montemayor y su Rector era un asunto de abuso y prepotencia, y seguramente también de negocios, en donde estaba contemplado el grupúsculo que manejaba al HUS y que comandaba Talamás Dieck.

Mientras tanto en Saltillo, Óscar Olaf Cantú continuaba con su campaña de intimidación, había logrado meterles miedo a buena parte de las trabajadoras encargadas del bloqueo a las oficinas, pero las dirigentes se mantenían firmes, y su esperanza había renacido luego de que las recibió el Secretario de Gobernación.

El 9 de marzo de 1995, una semana después de la trifulca entre porros y periodistas en el Ateneo Fuente, Rogelio Montemayor, acompañado del Secretario de Gobierno Carlos Juaristi Septién, recibió a una comisión de trabajadoras del HUS sólo para decirles que “Tenía un absoluto respeto por la Autonomía Universitaria”, y les recomendó que se sentaran a dialogar con el Rector para que se resolviera el problema.

Pese a que las trabajadoras le dijeron la poca seriedad del Rector Alejandro Dávila Flores, Montemayor no les prestó oidos, pues estaba molesto con las universitarias, porque no habían atendido sus órdenes, y lo estaban haciendo quedar mal. ¿Cómo era posible que el gobernador más neoliberal de México, el amigo del Presidente Salinas, el genio mexicano de la moderna economía capitalista, no pudiera privatizar un pinche hospital universitario de provincia?

Lo cierto es que Montemayor no pudo hacer su capricho de privatizar el Hospital Universitario de Saltillo. Semanas después de la audiencia con el Secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma Barragán envio a uno de sus colaboradores a resolver el caso del HUS.

En su reunión con el enviado de Gobernación, Alejandro Dávila Flores conocería las instrucciones que le daban: Rectoría retiraría las demandas en contra de las 28 trabajadoras denunciadas por despojo y daños; el director del HUS, Miguel Ángel Talamás Dieck, sería separado de su cargo; las cinco principales dirigentes de las trabajadoras pedirían un permiso por tres meses con goce de sueldo; y todas las demandas que solicitaban las trabajadoras serían concedidas por Rectoría.
Así terminó el conflicto que provocó el Rector para que el gobernador privatizara el Hospital Universitario de Saltillo. Cuando se terminó el permiso, las dirigentes retornaron a sus empleos, con el prestigio de haber ganado todo lo que demandaron.

Otro de los resultados de aquel innecesario pleito, fue el enfriamiento de relaciones entre Montemayor y Alejandro Dávila. Desde entonces las cosas ya no serían iguales. Alejandro comenzó a creerse aquello de que la Universidad era autónoma, y comenzó a desobedecer a su mecenas, al que le había entregado graciosamente la Rectoría de la UAC.

Luego de su derrota, Alejandro entró en conflicto con quienes lo ayudaron a conseguir la Rectoría, uno de ellos su compadre Óscar Pimentel González, quien antes presumía haberle dado la Rectoría, y ahora aseguraba que se la quitaría.
Lo cierto es que Alejandro Dávila Flores no se reeligió. Montemayor lo deshechó y le entregó la UAC a José María Fraustro Siller, lo cual representaba otra derrota más para el gobernador, pues Chema Fraustro era gente de Enrique Martínez y Martínez, al que la pareja gobernante (Rogelio y Lucrecia) consideraban su enemigo número 1.

Para entonces, luego de casi dos años de inactividad política, Enrique Martínez y Martínez se había convertido en el Delegado de CEN del PRI en el vecino estado de Nuevo León, debido a ello permanecia la mayor parte de su tiempo en Monterrey, en donde EMM se autoexilio.

También Ernesto Zedillo Ponce de León transitaba sus primeros meses en la Presidencia de la República, y la campaña en contra de su antecesor, Carlos Salinas, estaba en su apogeo. El pleito de Salinas de Gortari y Zedillo había salido a la luz pública con el “error de diciembre de 1994”, apenas tres meses antes, cuando hubo la crisis económica que sucede cada fin de sexenio, con fuga de capitales, especulación con el dolar y la consecuente devaluación del peso.

Como resultado de la pugna cupular de Zedillo contra Salinas, en marzo de 1995 se produjo el encarcelamiento del hermano mayor del ex presidente Salinas de Gortari, Raúl, por cuyo caso el ex mandatario realizó una huelga de hambre en la colonia Fomerrey 111, de San Bernabé, en Monterrey, Nuevo León.

A Raúl Salinas lo acusaron del asesinato de su ex cuñado, José Francisco Ruíz Massieu, de lavado de dinero y de enriquecimiento ilícito. Diez años después, el 14 de junio de 2005, Raúl Salinas de Gortari abandonaba el reclusorio absuelto del crimen de Ruiz Massieu, del lavado de dinero y con sus cuentas en Suiza descongeladas.

De este suceso recuerdo una anécdota que muestra en toda su magnitud lo que Oscar Flores Tapia calificó como “condición humana”, para referirse a las traiciones y ojetadas de los cortesanos.

Resulta que cierto día de marzo me invitó a cenar Noé Garza Flores, quien también tenía meses de desempeñarse como diputado local y Presidente del Congreso estatal. “Invita a nuestro cuate Alfredo Dávila”, me dijo. La cita era a las 10 de la noche, pasaríamos por él al Congreso.

Cuando llegamos al Congreso Noé nos pidió que nos esperáramos a que iniciara el noticiero de Jacobo Zabludowski “porque van a dar una noticia que quiero saber”. Al iniciar el noticiero, Zabludowski dio a conocer que ese día habían aprehendido a Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente Carlos Salinas, y de quien corrieron muchos rumores de su corrupción durante todo el sexenio salinista. Raúl, era pues el “hermano incómodo” que nadie quiere tener.

Para ese momento, estábamos sentado en torno a la televisión: los diputados priistas, el líder del Congreso, Alfredo Dávila y yo, que me encontraba a un lado de Noé Garza. Luego que Zabludowski informara del encarcelamiento de Raúl Salinas, Noé Garza volteó, me miró y esbozando una sonrisa de satisfacción me dijo: “Luego de Raúl, el siguiente es tu amigo”.

De inmediato supe que se refería a Hugo Andrés Araujo de la Torre, quien había sido protector de Noé Garza desde que Hugo se hizo cargo de la dirigencia nacional de la CNC. Apenas meses atrás, Noé se desvivía por quedar bien con su “jefe y líder, Hugo Andrés Araujo”. Me levanté del asiento, externé un “pinche ingrato”, y salí del lugar.

A la salida del Congreso, Alfredo Dávila me alcanzó con una cara de confusión que nunca le había visto: “Qué onda, te volviste loco, o qué”, me dijo. Para que entendiera mi actitud, le platiqué lo que había sido Hugo Andrés para Noé, su tabla de salvación. Le comenté mi participación desde que Noé me pidió que le hablara bien de él al “Líder Araujo”. le di detalles de mi insistencia con Hugo Andrés, para que aceptara a Noé, pues luego de la salida de la CNC de Héctor Olivares Ventura, Noé había quedado huérfano y convertido en un emisario del pasado.

Aún así, Araujo lo aceptó, lo hizo subsecretario y lo acercó a la cúpula del poder salinista, llevándolo con él a las reuniones importantes. En los momentos del saqueo salinista, Noé era un cortesano de los Salinas, como lo eran todos los políticos del país. En la CNC personalmente vi como los gobernadores hacía fila para saludar a Raúl Salinas, todos querían estrechar su mano para que los viera.

Alfredo entendió mi exabrupto y nos fuimos a tomar los tragos prometidos, y a propósito de “la condición humana” recordé aquella anécdota que según se cuenta sucedió en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS realizado en 1956, tres años después de la muerte de José Stalin, el Dios-dictador que gobernó la Unión Soviética durante 29 años.

En el Congreso, Nikita Kruschef, que quería ser nombrado sucesor de Stalin, subió a la tribuna y a través de su “discurso secreto” criticó con “valentía y patriotismo” a su ex jefe Stalin, al que le servía de bufón en sus borracheras, al fin y al cabo Stalin ya no podía responderle desde su tumba. Nikita dibujó a Stalin como el peor criminal, el más grande inepto de la historia y el mejor ejemplo de la corrupción y la maldad.

Cuando el “valeroso” Nikita externaba su ingrata perorata, uno de los tantos diputados rusos, estalinista por supuesto, lo interrumpió desde su asiento para preguntarle: “Camarada Nikita ¿dónde estaba usted cuando Stalin cometía todos esos infames crímenes de que ahora lo acusa?”.

El rudo Nikita Kruschef, haciendo gala de la honestidad que le quedaba, le contestó desde el presidium: “Yo me encontraba sentado como usted, en el mismo lugar, pero cagado de miedo”. Así son los políticos mexicanos, Noé es sólo un ejemplo de ellos. El feudalismo les legó una frase que lo dice todo: “El rey ha muerto, viva el rey”.

Por ese entonces, marzo de 1995, Jesús Roberto Dávila Narro era el Delegado de la Cuauhtémoc en el Distrito Federal, y hasta allá se llevó a todos sus amigos, incluso a aquellos que según se dijo, con sus pendejadas lo habían ayudado a caer de la Subsecretaria de Gobernación.

También a principios de marzo tomó posesión como Secretario General del CEN del SNTE, Humberto Dávila Esquivel “La Liebre”, finalmente la relación íntima con la “maestra” Elba Esther Gordillo había rendido frutos. También Dávila se llevó a sus cuates al Distrito Federal, que finalmente eran del mismo grupo que los amigos coahuilenses de Jesús Roberto Dávila Narro.

Todavía estaban lejos los problemas que tanto Dávila Narro como Dávila Esquivel tuvieron en sus respectivos cargos, que fueron los últimos desempeños importantes que tuvieron...

 

(Continuará).
La mitad del sexenio montemayorista...

 
robledo_jgr@hotmail.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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